domingo, 17 de mayo de 2009

INEQUIDAD SALARIAL EN MÉXICO

ENFOQUE SOCIOLÓGICO

INEQUIDAD SALARIAL EN MÉXICO GUSTAVO DE LA VEGA SHIOTA

Como es sabido, el conocimiento científico se caracteriza por ser racional y también objetivo. Aunque ciertas corrientes epistemológicas privilegian alguno de esos atributos, o inclusive descalifican al otro, la verdad es que ambos guardan una relación dialéctica, pues aislado cada uno proporciona una percepción parcial y, por lo tanto, irrelevante. Por eso, hoy día en que se promueve la cultura científica en la educación superior, es imprescindible que la formación académica sea tanto teórico-filosófica en las aulas, como práctica y participativa en la realidad concreta, pues tal estrategia permitirá la formación de profesionales críticos, reflexivos y creativos, de tal manera que estén solidamente preparados para enfrentar exitosamente los problemas que deberán encarar en la sociedad.

En este contexto de reflexión, hace unos días un grupo de estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM tuvieron la experiencia de interrelacionar los datos abstractos con una situación concreta, logrando conseguir explicaciones y conclusiones trascendentales.

Veamos el suceso. Por un lado, supieron a través de la prensa que los consejeros del Instituto Federal Electoral intentaron auto asignarse un sueldo mensual de $330 mil pesos, argumentando que su determinación estaba basada en el artículo 41 de la Constitución Política, que establece que ellos ganarán igual que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación quienes, según los analistas de los medios, ganan formalmente 347 mil pesos, aunque en realidad su ingreso total mensual sea de alrededor de 600 mil pesos mensuales. Al margen de las especulaciones que esa noticia generó, los jóvenes se preguntaron ¿que significa una cantidad así? ¿a quien le importa? La información estaba expresada en fríos datos. Quitar o poner un cero no era más que un ejercicio aritmético con cifras duras. La reacción de los jóvenes universitarios, como la de mucha gente, fue de inconformidad, sin dimensionar más el contexto, ni el trasfondo. Luego, al saber que los consejeros habían dado marcha atrás, solo retuvieron en su mente que había sido un intento fallido de abuso.

En paralelo, como parte de las actividades de la asignatura Técnicas de Investigación, los estudiantes asistieron a una práctica de campo en una zona cañera del Estado de Morelos. Allí se percataron de las condiciones de vida y trabajo de los campesinos; observaron y oyeron en voz propia de los cortadores, que ese trabajo lo realizan en horarios que exceden con mucho la jornada laboral establecida legalmente, casi todo el tiempo permanecen agachados, aguantando temperaturas que frecuentemente llegan a los 40 grados centígrados y que lo realizan únicamente con su indumentaria cotidiana y sin más equipo que su inseparable machete, sin el cual “no se hayan”, pues lo mismo les abre paso entre la yerba, que les permite tumbar en un día 2 toneladas de caña de azúcar, o sirve para hacerle frente “a lo que se les deje venir”. Los alumnos también registraron que por cada tonelada cortada reciben de 25 a 30 pesos, menos los pagos para el cabo que los controla. Oyeron que ese trabajo es únicamente por un máximo de 6 meses en los que dura el corte, después de los cuales esos jornaleros, entre los que hay hombres maduros, jóvenes de edad similar a la de los universitarios y hasta niños, deben emigrar a otros lugares y, como golondrinas, regresar al año siguiente a los cañaverales. También se enteraron que esta población en su tierra ni siquiera de este trabajo dispone y que las condiciones de vida allá son aun más miserables. Los comunicólogos apreciaron que el terreno del corte está lleno de tizne, pues se incendia para limpiar y quemar el aguate, que es una pequeña espina en las hojas de la caña, después de lo cual salen huyendo víboras, alacranes, arañas o, en el mejor de los casos, una flaca liebre que significará la posibilidad excepcional de comer carne.

En la zona donde están alojados esos jornaleros, los alumnos observaron que viven en un cuarto de alrededor de 8 metros cuadrados, en el que está el petate para dormir, la mesa sobre la que alzan sus cosas y las cajas donde apilan las pertenencias de la familia, pues están allí con su mujer e hijos, que son parte del proceso de trabajo. Cuando los tiznados vuelven en la tarde-noche a su vivienda, ya han pasado previamente al río, cuyas aguas permiten que reaparezcan los rasgos indígenas que se ocultaban bajo el humo en sus caras. Entonces se visten con la ropa que por la mañana sus mujeres les lavaron y, pese a que acabaron con el itacáte que llevaban en sus morrales, comen al lado de su familia con hambre desmedida, la que evidencia su precaria alimentación. Esa fue la observación que realizaron los universitarios sobre la amarga rutina de trabajo de los peones mexicanos que producen el dulce que diariamente, sin mayor reflexión, colocamos en nuestros alimentos.

Ya de vuelta en el aula, los jóvenes investigadores ordenaron su información y analizaron que, más allá de las deplorables condiciones laborales, los jornaleros en promedio ganan $50 pesos diarios, que por 6 días laborales de una semana obtienen $300 y, por tanto, $1200 al mes, menos los descuentos. Fue en esta etapa de la investigación cuando no pudieron evitar ubicar ese dato frente al ingreso de los encargados de impartir justicia, precisando que la relación es de 1 a 600, o sea que lo que ganan 600 jornaleros al mes lo recibe un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Mexicana. Con esa simple interrelación estadística, sin especulaciones, ni adjetivaciones, sino únicamente con los datos, los estudiantes universitarios pudieron concluir lo significativo que resulta que en pleno Siglo XXI, en un país donde los gobernantes pregonan el bienestar social de la población, los salarios de los mexicanos expresen diferencias abismales, reflejo de relaciones sociales incongruentes, inequitativas, injustas, inmorales y definitivamente inhumanas.

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